3 de julio de 2003

(c) Jason Evans

Un día del verano pasado, durante la pausa de seis meses que se tomó Radiohead, Thom Yorke decidió llenar de regalos a su hijo Noah. Compró algunos DVDs antiguos para el chico de dos años; entre ellos estaba Bagpuss, una serie televisiva del 70 estelarizada por un gato rosado y blanco que vive en un negocio con sus amigos, el profesor Yaffle, una muñeca llamada Madeleine y un grupo de ratones. Al ver este clásico, Noah se levantó y se fue de la sala, pero Thom se quedó y miró los trece capítulos. El segundo episodio, «The Owls of Athens», llamaron su atención y particularmente la canción «The Boney King of Nowhere». «Es sobre un limpiador de cañerías con un trasero muy flaco que se queja de la dureza y frio de su trono», explica Yorke, «y entonces los ratones tratan de hacerle uno más cómodo».
Naturalmente, te muerdes los labios cuando Yorke cuenta la historia. Pero no te preocupes. El sabe. De hecho, esto resuena tanto con su propia vida que decidió que ese sería el título del nuevo álbum de Radiohead. Y como si eso fuera poco, contactó al creador de Bagpuss, Oliver Postgate, para pedirle que haga el videoclip de «There There». Postgate, a sus 78 años, está retirado y por ende lo rechazó. A fin de cuentas, The Boney King of Nowhere fue declarado «muy progresista» por el resto de la banda y Hail to the Thief fue el elegido por ser más expresivo. Eso no detuvo al visionario rockero. «Te lo digo, hay mucho ahí. Hay cosas mucho peores que ver el DVD de Bagpuss«.

Es Viernes Santo y Oxford tintinea con el sol de la primavera. Gente con cabellos extraños, vestidos en corderoy pasan por la entrada de la Universidad. Los futuros primeros ministros montan bicicletas. Un hombre cargando una cruz de madera de 2 metros y medio atraviesa Banbury Road, encabezando una solemne procesión. Por el otro lado, viene Thom Yorke.
La caminata desde su casa le llevó 10 minutos. Hace una hora, estaba jugando con Noah, pero ahora está trabajando, en el jardín florido de un pub. Dos fans jóvenes americanos se acercan con copias de The Bends. Es parte del legado de Oxford ahora: las facultades, el Inspector Morse y el tipo enojado de Radiohead. «No me pidan que los haga entrar a Glastonbury», bromea con ellos mientras les firma el álbum. Después me cuenta que nunca vuelve a escuchar los álbumes de Radiohead porque simplemente no lo soporta.
A los 34 años, Yorke pasa por un estudiante con onda pero no de los mejores: pantalones sueltos, zapatos sin cordones, una campera gastada y una remera blanca a la que le faltan los botones de los puños. Completando el atuendo, unos anteojos grandes con vidrios de color naranja que hacen difícil adivinar qué pasa por su mundo interior. Sin embargo, es evidente que está tratando de adivinar tus preguntas. De cerca, se ve el paso del tiempo en los detalles, como en los mechones blancos de su barba. También se ve preocupación, en las uñas mordisqueadas y la rodilla que no para de moverse. Para los fans, es un embajador; para los periodistas, activa toda la gama de estados de ánimo. La semana pasada nos vimos de casualidad y estaba relajado y era divertido. Hoy, hay respuestas cortas, frases comunes y el ofrecimiento de aceitunas bajo una sombrilla («tengo que cuidar mis pecas», me dice) no son exitosas. Es tímido, frío y de inmediato te das cuenta de que tu «enfoque», tu «ángulo» está siendo estudiado muy de cerca. Estás esperando el momento en el que cite la Convención de Ginebra o demande llamar a sus abogados.
No, no lograrás que acepte que las sesiones de Kid A/Amnesiac fueron un infierno, a pesar de la evidencia, ni que al abandonar el abordaje tradicional del rock and roll les permitió escapar el paradigma del género pero también casi los destruye. Y también rechaza la noción de que Hail to the Thief sea un regreso parcial a los instrumentos convencionales y que la espontaneidad en la grabación hizo de Radiohead grupo más feliz. «Estás malinterpretando un poco esto … es un forma estúpida de presentarlo», comienza. «Tuvimos más tiempo de convivir con las canciones y no comenzamos de cero en el estudio. Pero no tiene nada que ver con no darle espacio a los demás, porque eso implica que hubo berrinches gigantescos, cuando no fue así. que, ¿arruiné tu ángulo?»
Ese último comentario incluye un poco de veneno. Pero entonces presentamos los hechos: una semana antes de esta entrevista, pasé el día con todos los demás. Ed O’Brien dijo que durante la grabación de Hail to the Thief, Yorke estaba más relajado y menos ensimismado. Jonny, además, dijo que había menos ira y más tendencia a trabajar rápido, ahora que tienen familias. «Naturalmente, si no tienes suficientes cosas que hacer, deja de sentirse como algo grupal», agregó Philip Selway. Y por último, Colin Greenwood dijo que «me sentí como una rata buscando su preciado queso pero esperando sentir choques eléctricos. Pero esta vez es la primera vez que disfruto la mayoría del proceso, a diferencia de otras veces». Vos mismo dijiste que durante las sesiones de Kid A/Amnesiac fuiste responsable de una «atmósfera de miedo».
Yorke: «bueno, es bastante cierto»
Entonces ¿no hubo grandes berrinches?
Yorke: «fueron un poco grandes…»
Quizá todo el ambiente tenso de Kid A no fue completamente su culpa. Fue culpa del método: grabar segmentos arbitrarios de sonidos que después se compilaron en forma de álbum desde un disco rígido de computadora. «La última vez, fuimos a Copenhague pensando que nuestra música necesitaba nieve, frío y oscuridad. Fue algo terrible pensar eso», asegura Jonny. «Esta vez dijimos que necesitábamos sol y calor… algo que no habíamos intentado antes». Pasaron dos semanas y media en Ocean Way en el oeste de Hollywood con el productor habitual, Nigel Godrich. Y, a su manera, se propusieron pasarlo bien: comieron en restaurantes de ruta, viajaron por Los Angeles en Minis e hicieron excursiones a Griffith Observatory y al desierto. Y aunque nadie recuerda emborracharse, O’Brien dice que fumar marihuana hizo que las sesiones sean menos tensas. Podés escuchar la espontaneidad en los primeros segundos del álbum: Jonny conecta la guitarra; «buen comienzo», agrega Yorke y arranca «2+2=5».
La historia de Hail to the Thief comienza el verano pasado. O’Brien, Jonny y Colin Greenwood y Selway no habían tenido mucho contacto con Yorke durante los seis meses sabáticos que se tomaron y estaban en sus respectivas casas cuando el cadete tocó sus timbres. El repartidor les dejó un paquete en sus puertas. Adentro había tres CDs con los títulos «Episcoval», «The Gloaming» y «Hold Your Prize». El remitente era Yorke: eran las ideas para el nuevo álbum de Radiohead.
Con un poco de temor, pusieron los CDs en los reproductores. «No nos había enviado CDs por cinco años», explica O’Brien. «Me recordó a la época de OK Computer. Nostalgia. Así solíamos trabajar. Lo tomé como una señal de que estaba listo para volver a trabajar».
Había ideas con mucha programación, como «Backdrifts», maquetas de piano como «Sail to the Moon» e ideas básicas en guitarras grabadas con un grabador casero. La banda se emocionó. Bueno, todos menos uno: «una vez que armé los CDs, los temas me generaban muy poco», dice Yorke. «No estaba realmente interesado. No me motivaban, y eso es lo que me pasaba cuando éramos jóvenes. Solía poner cosas sin realmente evaluarlas. Eso fue exactamente lo que hice. Ni siquiera lo intenté; no me esforcé. Perezoso».

(c) Jason Evans
(c) Jason Evans

Es ahí donde Yorke necesita estar. En el pasado, Radiohead se quebró ante la expectativa. Después de las autopsias de Kid A y Amnesiac, siente que han llegado al lugar donde «se pueden dejar llevar». Yorke se ha relajado y domesticado desde que es padre. Ha pasado mucho tiempo lejos de la banda, junto a Noah y su pareja, Rachel. Convenció al bebé de comer y lo limpió. Hizo las compras, aunque se puso fuerte sobre cuidar el jardín o sobre poner estantes. Durante este período, logro sin embargo recolectar material para el famosamente oscuro y maligno universo de Radiohead. Se mantuvo al tanto del mundo a través de la TV o de Radio 4 («temas de interés general actual; no las novelas estúpidas en las que la mujer tiene un amorío no muy escandaloso»).
En casa, al lado de la cama de la pareja, él guarda un sobre de plástico y ella un bloc de notas para dibujos. El de ella, dice «mantenete organizado en la vida para poder seguir siendo libre y caótico en el trabajo». Su sobre no tiene un título, pero está lleno de frases graciosas y macabras extraídas de su vida diaria. «Ese bloc de notas me recuerda por qué todavía hago esto», dice.
Cuando llegó el momento de explorar el cuaderno para componer letras, se dio cuenta de que muchas eran sobre el infierno, la muerte y quemar cosas. Alcanza con escuchar «We Suck Young Blood» o «Wolf At the Door» … pero el cuaderno, y por extensión Hail to the Thief, también fue alimentado en gran parte por la infancia de Noah y la suya propia. «2+2=5» tiene la linea «vé y dile al rey que el cielo se desploma»; es una linea de la historia favorita de Yorke y su hermano que les contaban antes de ir a dormir, Chicken Licken. En ella, una bellota cae sobre la cabeza de un pájaro y eso le hace pensar que el cielo está cayendo y lo lleva a ir a contarle al rey. En su camino, el pájaro atrae un grupo de aves también preocupadas. Eventualmente, un zorro les dice que les mostrará dónde vive el rey. Las lleva a su guarida y allí el zorro y su familia las hacen pedazos. Fin. «Al final había solo un montón de plumas», dice Yorke. «Goosey Loosey y Drakey Lakey tienen su merecido. Me encanta la idea de que ni siquiera haya intención de un final feliz». Yorke se ríe de lo que acaba de decir y ese sonido hace que la decisión de quedarnos valga la pena: bastante nerd, llena de alegría embotellada.
«Y lo peor es que no llegan a decirle al rey que el cielo está cayendo», dice después de recuperar el aliento. «Eso podría ser algo que nos pasa en la vida diaria; los que tienen las novedades son silenciados». Traspolar este cuento al mundo de Radiohead y el zorro a un ejecutivo de una corporación o a un ministro el gobierno. Todos somos engañados, esperando que nos elijan. En «Myxomatosis», el narrador está tan preocupado por esta discrepancia por la experiencia personal y la realidad representada en los medios que finalmente sucumbe ante la paranoia. Yorke puede tener sospechas muy graciosas (aunque su «reptiles … estamos siendo gobernados por reptiles» es más una broma sobre David Icke que una explicación seria). En general, ya se ha cansado de ser visto como un rockero quejumbroso y problemático, como se puede ver en las lineas de «Myxomatosis»: «a nadie le cae bien un sabelotodo, pero a todos nos gustan las estrellas». «Paranoico, triste, ese soy yo ¿no?», dice. «Es mi trabajo. Ser pedante; pero a todos nos gustan las estrellas, nuestras celebridades…»
Si le preguntas sobre la maldad que está envolviendo al mundo, puede dar una respuesta pertinente: el tema «I Will» es un himno hermoso a las familias iraquíes vaporizadas durante los bombardeos accidentales en la Guerra del Golfo de 1991. En otras ocasiones puede sonar trillado. El escándalo mediático más grande en el que puede pensar es este: el año pasado un amigo suyo le tiró un flan en la cara al ministro Clare Short. «Fue brillante, se puso como loca», se ríe Yorke. «Las cámaras estaban ahí. Tenía garantizado aparecer en las portadas de diarios y en las noticias de Channel 4». Después, argumenta, Alastair Campbell hizo que la historia no se reporte. «No dejo de asombrarme con la obediencia que tienen los medios populares para reescribir un evento si el gobierno les dice que lo hagan. Lo hacen, saltan. Alastair Campbell los llamó y les dijo que si hacían eso no tendrían acceso en la próxima elección. La historia fue desechada, borrada. El público nunca la verá».
De hecho, el editor político de The Guardian, Kamal Ahmed confirmó que Clare Short fue atacada con un pastel de crema en Bangor University en marzo de 2001. Si esta es una conspiración de Yorke, fue publicada – aunque brevemente – en la mayoría de los periódicos ingleses; quizá no en los que lee Yorke.
Campbell mismo rechaza bastante la noción: «la situación que él describe – que supuestamente obstaculicé la publicación del incidente que involucró a Clare Short – es falsa, pero si lo hace sentir mejor…»
Sin embargo, se podría decir que al traer a la luz temas como la deuda de los países subdesarrollados y el Fair Trade, Yorke está usando su popularidad constructivamente. Lamentablemente, nunca llegamos a hablar de esto. Cometí el error técnico de mencionar el nombre «Yorke» y la palabra «celebridad» en la misma oración. Es un gatillo. No queda más opción que recibir los golpes. «Oh si, porque soy una celebridad ¿no? Hmmmm, celebridades. Me encantan las celebridades. Me encantaría ser una. Es brillante. Genial. Q Magazine ¡genial! Debería mudarme a Primrose Hill … en serio. En serio, debería ir a más estrenos de películas. Me encanta vestirme bien y toda esa mierda. Me visto elegantemente cuando salgo a comprar un sandwich pero nadie me pide una foto. A nadie le importa».
No te gustó la palabra «celebridad» ¿no?. «No ¡no! Quiero aparecer en Heat. Quiero esperar a los fotógrafos afuera del supermercado ¿Por qué no les gusto?»
Eventualmente, después de matar una bandeja con aceitunas con su mirada, dice «por el momento, trato de traer asuntos a la vista pública … por el momento, cuando a la gente todavía le importa».

Ed O’Brien dice que no hay que tomarse a Yorke muy en serio. «Se autoexige muchísimo y no se da cuenta siempre del efecto que eso puede tener». O’Brien es la cara cálida y hace las veces de embajador de Radiohead. Tranquilamente podría haber sido diseñado siguiendo la plantilla del «hombrecito agradable» del comité de Abuelitas del Condado: aspecto impecable, alto y efusivamente educado. En una construcción normal, Ed O’Brien sería tan alto como el techo. Sin embargo, nos encontramos en una posada construida en 1666 y no le falta mucho para atravesar el techo. Hace dos años, se mudó a Londres. «No puedes quedarte acá toda tu vida» dice mientras guiña el ojo; «al menos no alguien con mis gustos». Dice ser, en tono muy educado, «un tipo común». Vive con su novia en Islington, le gusta fumar e ir a Old Trafford con sus amigos. Hace tres años, asistió a los Grammy con Philip y Colin. Bajo la sospecha de que iban a terminar hablando entre ellos y sintiéndose incómodos con la superficialidad, O’Brien decidió hacer las cosas más divertidas tragando un puñado de hongos («los llevé de Oxford. Fue genial. No, cambiá eso ¡no los ingresé ilegalmente! Los compré acá. Mi maldita visa, amigo!»).
Fue como una fiesta en el fin del mundo: estaban Hugh Hefner y sus conejitas, y Bono también. «Se supone que deber decir que fue muy falso, pero la pasé muy bien!». O’Brien es fiel a la banda sin importar lo que pase, pero sabe que está un poco fuera de lugar. «A algunos les gusta el fútbol, a otros no. A algunos les gustan los crucigramas, a otros … no». Sin embargo, Colin me dice que O’Brien se mudó a Islington hace dos años atrás porque no podía soportar estar lejos de su querido Arsenal. Eso es fanatismo. «¿Arsenal? Vete al carajo! ¿Quién te dijo eso? ¿Colin?» dice enojado. «Mi equipo es el Manchester United. Chris Martin dijo que Radiohead sería el Real Madrid de la música, pero yo diría que somos el Manchester United».
Para un guitarrista como O’Brien, Kid A fue un desafío que destruyó su ego («Honestamente, todos necesitan experimentar la sensación de que te saquen tus juguetes»), pero le gusta la idea de volver a enchufarse. «Como fan de Radiohead, lo más actual que tienes es Amnesiac y … seré honesto, no me gusta mucho. Hay cosas que realmente no me gustan de ese álbum. Esta vez hay energía. No es tan cerebral, sino físico. Es la primera vez que sentimos esa energía punk adolescente desde The Bends«.
Y en el otro extremo del espectro está Colin. Almorzamos en un restorán, rodeados de venerables personas mayores temblorosas en el que se hizo evidente una verdad extraña: el bajista de Radiohead no está fuera de lugar. Constantemente mira su VW Golf, por si lo lleva la grúa, dice que recién estuvo en el puesto de reciclaje, donde dejó unas piezas de cartón. Habla como una tía senil: «si, hermoso .. ehm, pues, un poco de cartón y cajas en realidad … y ehm … ¡me encanta el proceso de ser una banda de rock de nuevo!».
Mientras parlotea, tienes tiempo de admirar la fisonomía. Su título en Literatura de Cambridge está almacenado en una cabeza grande posada sobre un torso flacucho; los furiosos globos oculares parecen indicar que alguien les cortó el oxígeno. Es difícil saber si la ropa de Greenwood dice «soy ciego» o «no me importa una mierda»: un cardigan escolar con una camisa con cuello de paloma. Las cosas importantes son transportadas en un bolso de gamuza siempre a la vista que podía haber usado Twiggy en 1964. Y mientras hablamos, los meseros van y vienen tratando de satisfacer su voraz metabolismo: en una hora, comió dos platos principales y un postre. No sorprende que nos cuente que durante el receso de 2002 se dedicó a la repostería (la especialidad: «un pastel de ciruela bastante bueno. Una receta de Jane Grigson de 1965») y a la jardinería. Greenwood desafía todas las leyes del rock and roll. Eventualmente, te preguntas si su manera amigable de hablar no es una estrategia. «Él está dispuesto a hablar con cualquier persona con la que no queramos nosotros. Es nuestra arma secreta», dijo en el pasado Yorke.
El baterista Selway es pura timidez y dignidad. Nos encontramos en el lobby de un hotel y aunque bebe mucha agua para mantenerse hidratado, las preguntas más difíciles raspan su garganta. Pasó los seis meses de receso con su esposa y tres hijos en casa, en Oxford. Cuando tenía tiempo, atendía teléfonos para Samaritans. Y cuando llegó el paquete de Thom Yorke, a pesar de que había canciones electrónicas como «Backdrifts» y «the Gloaming» que no lo incluirían, sabía que había suficiente ahí para hacerlo sentir parte de la banda. En el pasado, en sus años en Abingdon, formaba parte del grupo de tutores de Colin. Pensaba que Colin y Thom se destacaban por motivos obvios y se les unió en On A Friday, con el objetivo de llegar a ser algo como Orange Juice, U2 o Echo and the Bunnymen. Por un tiempo, hubo dos chicas en la banda, que tocaban el saxofón. «Eramos chicos jóvenes de una escuela de varones, por lo que obviamente era emocionante», dice. «Todavía sigo en contacto con Charlotte, pero no creo que quiera que sepas donde está».
Pera finalizar, está Jonny. Era solo un chico de 13 años que tocaba la viola cuando su hermano le sugirió a Yorke que forme parte de la banda tocando la armónica. «Era un chico de orquesta, pero Colin insistió mucho por mi». Greenwood abandonó la universidad ocho semanas después de comenzar a estudiar psicología y música. Hasta el día de hoy, la señora Greenwood se preocupa porque su hijo descuidó su educación. Él es el que lee partituras, toca la guitarra y los teclados. Su trabajo es tomar las maquetas de Yorke y hacerlas funcionar. Yorke reconoce que a veces Jonny lo supera en su sobreanálisis de las cosas. Quizá sean cosas como esta: «No escucharé OK Computer de nuevo en mi vida», dice. «Hay una canción que no soporto ahí. No diré cual porque los demás se enojarán. Pero está ahí y siempre estará». Durante el receso, compuso la banda sonora para una película que aun no fue estrenada llamada Bodysong; una hora y media con material sacado de un archivo de ciencias – pájaros, flores, multitudes – sin diálogo. «Ed dice que debería tomarme más descansos», dice encogiéndose de hombros. «Quizá tiene razón».
Para relajarse, escucha programas de la BBC de los 50 como Round the Home o Just a Minute, con Kenneth Williams. Un día, le gustaría sentarse a hablar con Yorke sobre el tema que cierra Hail to the Thief, «Wolf at the Door». Yorke había estado escuchando un CD de freestyle cuando abrió su libro de notas y construyó esta diatriba extraordinaria y malhumorada. «Es un hermoso tema, y de repente empieza a gritar ‘baila maldito / flan en la cara'», se ríe; «o sea, es fantástico, pero ¿de qué habla?»
A la luz de las revelaciones menores de Yorke sobre Clare Short, uno puede atinar una respuesta. Esto es mucho más claro: simplemente no podés encontrarte en un área con tráfico pesado, o escuchar una voz sintetizada dictando opciones en un tablero de una corporación, o ver un indicador de un airbag, o abrir un sandwich cerrado al vacío sin que los chillidos anémicos de Yorke te recuerden que eres una triste nada en un universo malévolo.

La gran pregunta es, quizá, si Yorke puede seguir imitando al fantasma gritón de Edvard Munch por mucho más. Admite que el nacimiento de Noah lo ha cambiado. Levantarse después de solo tres horas de sueño para atender sus necesidades ha cambiado sus prioridades. Noah ni siquiera sabe lo que hace su papá para ganar dinero, dice. Dile «es la voz de una generación», bromeo. «En todo caso, era», responde Yorke tristemente. Y después, casi sin pensarlo dice «nunca escucho nuestros álbumes. A menos que tenga que porque olvidé las letras. Quizá deba hacerlo antes de salir de gira, y eso está bien porque al tocarlas en vivo es como que hacemos nuestras las canciones. Pero inclusive así es un dolor de cabeza. Cada vez que las escucho me enferma y tengo que parar».
Suena a la honestidad de un talento prodigioso que crea algo y avanza. Pero se puede entrever que Yorke cree que también la prensa, y algunos fans, deberían avanzar. También se puede entrever que quizá ya no tenga la energía de pelear. Finalmente se ha desconectado, de la prensa y de las expectativas de los demás. «Tuvimos nuestro momento de decir ‘vamos, ¡somos viejos!’ Es algo que tiene que pasar en algún momento y ya nos pasó y está bien. Pero ahora estoy cansado de buscar pelea siempre, haciendo declaraciones grandilocuentes. La presión de la gente que quiere que volvamos a ser cierta cosa. Hemos hecho un álbum y es más o menos eso. No hay presión. Nada que probar».
Dada esta nueva actitud casi zen, parece extraño que Yorke le interese mucho si la gente roba su trabajo. Cuando Hail to the Thief apareció en la internet en Marzo, estaba furioso. «Mi sensación fue que se había arruinado todo, que se había ido todo a la basura», dice.
También es extraño que este agitador de lo anticorporativo que desecha su trabajo justo después de la creación se moleste en grabar para un mercado masivo. El contrato por seis álbumes de Radiohead con EMI ha finalizado. Si Thom Yorke se acerca a la puerta de la jaula, la encontrará sin llave.
¿Volverán a firmar con EMI?
Yorke: «Quizá deberíamos hacer lo mismo que Robbie Williams. Al carajo, claro que tomaría 80 millones por no hacer discos. Así es como se hace. Dinero gratis. Eso es lo que quiero. Una carretilla llena de dinero sin trabajar. Maravilloso».
Pero siguiendo sus políticas..
«Políticas, que manera extraña de usar la palabra».
Han tomado una postura respecto a ser anticorporativos. La gente espera que una banda tan influyente lidere la revolución. ¿Por qué no venden álbumes por internet?
«No creo que ese sea el principal problema. Hay otras cosas. Estamos analizando opciones. Qué cosas no hacer de nuevo».
¿Como cuáles?
«No podría decirte. Dije que las hablaríamos cuando estuvieramos listos. Cuando tengamos algo que decir. Hay mucho de esto que está mal. La forma en la que la industria está estructurada no está bien, no tiene sentido. Aun si olvidás el dico, está Clear Channel [un conglomerado gigantesco de Estados Unidos de radio y estadios] que es dueño de casi todos los lugares donde podrías tocar. Es un cartel, y lo tienen bien armado. No queríamos pelear con nadie. Sería lo mismo. Todo se está yendo a la basura».
Terminamos la entrevista, y él se enciende y se pone animado. Tararea una canción mientras se levanta para irse. Dice que es de Bagpuss, nuevamente «The Boney King of Nowhere», lo que me hace querer investigar. Resulta que el malhumorado rey odia su frío trono de piedra y no para de quejarse inclusive cuando los ratones le ofrecen plumas y una hamaca. Finalmente, los roedores asediados le fabrican un almohadón con detalles en plata y oro. Y hasta hay un final feliz: «ahora el rey de ninguna parte, feliz/sonríe en su trono/su sonrisa es sonrosada, su trono es cómodo/aunque su trono es de piedra, de piedra/los ratones lo hicieron bonito, muy bonito/él es un rey feliz».

Texto original por Michael Odell. Publicado por Q Magazine (Julio 2003)

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