El guitarrista de Radiohead fue criado con música grabada pero el hecho de tocar con orquestas ha hecho que este, en un principio, devoto de las grabaciones de alta calidad se convierta en un apasionado de las presentaciones en vivo.

En un año libre de Radiohead, he estado escribiendo música para pequeños grupos de cuerdas; desde aquella residencia con la Orquesta de Cámara Australiana (ACO), quienes practican todo el día y surfean toda la tarde, hasta la más reciente participación con la Orquesta Contemporánea de Londres (LCO). Esta música está pensada para ser interpretada, no grabada, y esto es una nueva forma de pensar sobre la música para mi. Me ha llevado a pensar distinto sobre la música en vivo. Y aunque me molesta que haya una exclusividad al trabajar así, no me molesta pasar tiempo escuchando orquestas y grupos pequeños de cuerdas de cerca.
Estar en el mismo cuarto con estos músicos es algo muy conmovedor – y hasta un poco avergonzante. Básicamente, te muestran algo tan personal (particularmente con la música de cámara) que es un poco incómodo. Escuchar a la ACO ensayar cuartetos de cuerdas de Shostakovich fue el punto más alto musical de mi viaje a Australia; ver a la LCO tocar es también una experiencia alucinante que ninguna grabación puede imitar.
Me encanta la transitoriedad de la música en vivo: se interpreta en una sala (que varía enormemente de concierto a concierto) y luego se esfuma, se impregna en las paredes. A diferencia de las grabaciones, no es exactamente igual a la presentación anterior o a la próxima. Puede salir apenas (o muchísimo) peor en cualquier momento. Y eso es algo compartido por todos en la sala.
Hice un show con la LCO en el Wapping Project, en Londres, y el 14 de Junio nos presentamos en los túneles de viento de Farnborough (Hampshire); ninguno de los dos espacios fue pensado para conciertos. Los túneles de viento deberían aportar algo interesante, pero no lo sabremos hasta que comience … y justamente de eso se trata. Todas las variables suman a la complejidad y la incertidumbre del sonido.
Fui criado con grabaciones y llevado a pensar en ellas como objetos intercambiables con «lo real», pero hay algo tan extraño en la música clásica en vivo que, al pasar los años, me ha hecho cambiar de parecer. Una gran parte de esto es la calidad del sonido. Debería saberlo, habiendo pasado por mi etapa bochornosa como fan de la alta fidelidad en los 90. Era como tener un vicio secreto: las revistas, las tiendas especializadas llenas de hombres solitarios arrastrando los pies; y todos buscando un placer doméstico solitario. ¿Qué tenía que ver eso con la música?
La primera señal de advertencia fueron los CDs demo sobre los amplificadores de 10.000 libras – y eran necesarias dos pilas, una en cada amplificador): mucho de lo último de Steely Dan (un favorito entre los ingenieros de sonido), mucho de Sting, algo de Kenny G y una pila de «Las Cuatro Estaciones» de Vivaldi. Todos tenían el necesario logo de DDD – puesto a las grabaciones completamente digitales, desde la sesión original al masterizado. Eso lo comprobaba: la gente amante de la alta fidelidad tenían un gusto preocupantemente frío para la música.
¿O era todo lo contrario? Quizá los fans de Kenny G simplemente amaban buscar una creciente pureza sonora. Más probablemente, la tecnología marcaba el gusto. Los oyentes audiófilos comenzaron a guardar favoritos más sucios tan pronto como se empezaron a preocupar por la calidad de sonido, para reemplazarlos por grabaciones más claras y música más clara. Comenzar a escuchar Steely Dan por cómo suena o evitar algo grabado hace más de 20 años. Guardar esos CDs de Fall por ser muy ruidosos. Dejar que los amplificadores elijan qué reproducir.
Una vez entré a un negocio con el productor de Radiohead, Nigel Godrich. Al ver los precios, le preguntó al dueño «¿Por qué es necesario escuchar OK Computer en un reproductor que cuesta más que la máquina en la que fue grabado?».
Respondió con «ah, eres una de esas personas que cree que lo digital son solo ceros y unos.»
La idea de la imperfección en una grabación es interesante. Las notas del estudio en Never Mind the Bollocks muestran un enorme interés en cómo se había hecho – tantos micrófonos en la batería, todo posicionado cuidadosa y balanceadamente. Todo ese cuidado al momento de la realización llega a la grabación final.
Hoy en día, las bandas tratan de replicar esa grabación creyendo que su sonido áspero puede ser emulado con una grabación desprolija: un micrófono malo y todos en el mismo salón. El hecho de que no se pueda copiar simplemente hace que ese álbum sea un logro cada vez más grande para Chris Thomas y Bill Price y que la noción de qué es una buena grabación sea cada vez más difícil de precisar. Es por eso que todavía disfruto de los estudios de grabación y por qué me seduce cada tanto la música electrónica, que se mantiene por sobre todo esto y se alimenta de la liviandad de sus grabaciones.
Y aun así, al aplicarlo a la música clásica, todo esto pierde su sentido. No confío en los micrófonos o amplificadores para eso, ya sea grabado o en vivo. Los amplificadores solo aproximan e inflan en lugar de destilar y concentrar. Y con música contemporánea compleja desde el punto de vista sonoro, como Ligeti o Penderecki, los micrófonos y amplificadores solo resaltan la discordancia de los sonidos. Escuchar música en vivo es siempre menos agobiante, más extraña y colorida que dos amplificadores. Si no la has escuchado en vivo, no la has escuchado en absoluto; sin embargo, el 90% de las críticas a la música clásica se hacen escuchando grabaciones.
Cuando una orquesta comienza en silencio en una sala silenciosa es algo glorioso. O un cantante solitario. No importa mucho cuánto gastes en amplificadores; eso se puede reproducir en tu sala de estar tanto como National Geographic puede reproducir Madagascar. Es una desventaja. Si estás interesado, busca música clásica en vivo, particularmente la que no depende de sistemas de sonido. Piensa en esos amplificadores como barreras; escucha a la banda real cuando puedas.
Publicado originalmente por The Guardian – 13.06.2014 – Texto original por Jonny Greenwood
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