3 de noviembre de 1993

(c) Jay Blakesberg

En el mundo del pop, los ingleses tienen el privilegio de quejarse. Mientras que el odio por si mismos de los estadounidenses es tonto, desprolijo y usualmente termina con volarte la cabeza con una escopeta, los ingleses disfrutan de momentos de exquisita humillación.

“Creep”, el corte de Radiohead, fue un clásico del género. Una mezcla entre “Please Please Please Let Me Get What I Want” de The Smiths y una canción de The Flying Mouse de Disney que dice “no eres más que nada” que transformó en un himno para los inadaptados la experiencia de ser rechazado por una chica. La aparición de Radiohead en Mtv – cuatro jóvenes avergonzados y flacuchos detrás de un líder reducido, con su expresión transformada por el desprecio propio mientras dice con una sonrisa “desearía ser especial/eres muy especial/pero soy un bicho raro” – tocó alguna fibra. Con “Creep”, Radiohead adhirió a la tradición inglesa de no tomarse muy en serio; otros ejemplos son la melancolía apocalíptica de Morrissey y los psicodramas asfixiantes de Robert Smith. Pero esta vez, había guitarras estridentes que hacían “crunch”.

Su álbum debut, Pablo Honey, destila rock llorón con un poco de agresividad, un quejido metálico inglés que es salvado por una exuberancia de principiante. Las letras petulantes pero vulnerables de Thom E. Yorke relatan historias de soledad, frustración, y quejas generalizadas. El resto de la banda construye melodías hermosas para luego borrarlas a los rayones con acordes poderosos y metálicos y reverberancia ensordecedora. Los temas acústicos llenos de anhelos son desplazados por la grandilocuencia del rock de estadios – las voces en “Stop Whispering” son un llamado a la acción que recuerdan a Bono antes de que adopte el disfraz de plástico negro. Y a veces, las palabras se hacen entender, y expresan los sueños y deseos que se les atribuye al rock: “cualquiera puede tocar la guitarra y ya no serán nada”.

Los ignoraron durante la mayor parte del año en Inglaterra por no ser ni glamorosos ni grunge, pero Radiohead se conectó con los Estados Unidos durante la primavera pasada. Para los chicos que se alejaron de los torsos flexibles de los Red Hot Chili Peppers, Radiohead era una oportunidad de sentirse sin valor en igual medida. A fin de cuentas, no son más que cinco chicos sin torsos. Y las mujeres vieron un mal humor adolescente (aunque en realidad todos tienen más de veinte) e inofensivo que las hizo querer cuidar de ellos.

Y entonces tocaron “Creep” en MTV Beach House y en Arsenio. Las chicas les gritaban en Chicago; les tiraron ropa interior en Detroit. Una groupie desnuda golpeó la puerta del cuarto de hotel de Jonny en Los Ángeles. “Por suerte, no estaba”. Y Pablo Honey vendió casi medio millón de copias.

Radiohead, formada por chicos amables de clase media que se conocieron en una escuela privada de varones, a veces parece menos una banda y más un grupo de amigos de la escuela que están de paseo. Todos aman la poesía. Thomas Edward Yorke (Thom, para los conocidos), usa solo la inicial de su nombre medio en honor a E. E. Cummings. Tienen tendencia a comenzar las oraciones con frases como “tal como dijo Arthur Miller en su autobiografía” o “creo que un buen lugar para comenzar sería Noam Chomsky”. Solo Jonny muestra algún tipo de vergüenza, cuando interrumpe una descripción de un poema de Sylvia Plath y se disculpa por referirse a la poesía de manera tan pretenciosa. Le digo que no se preocupe, todos lo han hecho.

Sus ojos se agrandan. “¿Si? Que mal”.

Los han llamado “una versión cobarde de una banda de rock”, lo que los enorgullece bastante. Es su forma de alejarse de “toda la mierda de macho-olor-a-semen del rock”, como dice Thom. Otras bandas vomitan en su colectivo de gira. Radiohead juega al bridge.

“Tenemos una mesa de bridge armada en una maleta de vuelo para la próxima gira”, confiesa Jonny. “Ayuda si eres un poquito pomposo sobre estas cosas. Lo disfrutas mucho más”.

La mayor parte del avance que le dio el sello a Radiohead fue depositado en una cuenta a plazo fijo (“de esa forma, si nos cancelan el contrato, tenemos suficiente dinero como para sacar otro disco por nuestra cuenta”), y lo más extravagante que compró Thom fue un discman Sony. “Podríamos haber vivido mejor, pero nos estamos ajustando lo más que podemos”, dice Ed con modestia.

Fueron tan austeros que el sello les dio dinero para ropa. Ed compró una remera blanca. Thom compró un montón de cosas de segunda mano “que después descubrí no me quedaban bien o eran horribles”.

La actitud la pone Thom, una figura malhumorada y pequeña cuya piel tiene el mismo tono que un huevo hervido. La primera vez que los vi fue en su sala de ensayos – un cobertizo donde se guardaban manzanas convertido, cerca de Oxford. Thom estrecha manos, dice “hola” y después no emite otra palabra. El resto de la banda conversa animadamente en el patio de un pub local, mientras Thom mira fijo a su agua mineral. Quince minutos después, se va. Hmmm

“No me gustan los extraños”, explica poco creíblemente en otro momento, en el que está más dócil. Pero eso no es todo lo que sucede. Está tratando de cambiar la imagen de “bocón agresivo y dolor de huevos” que le han dado después de algunos comentarios ácidos sobre, pues, lo que te imagines. Al bromear sobre la semejanza superficial y dudosa de Radiohead con Nirvana, dijo que tenía un look “increíblemente parecido a Kurt Cobain”, pero no tenía una “esposa gorda y fea”. Eso le dolió bastante a Kurt Cobain. “Oops”, dice Thom, avergonzado. “Era una broma. No esperaba que lo leyera realmente”.

Thomy tiene mucho que aprender. Ahora tiene una nueva filosofía de vida: “por el amor de dios, mantén la boca cerrada”.

El éxito le ha dado a Thom algo nuevo de que quejarse. “Pasas de ser alguien completamente desconocido, que escribe cosas personales, a ser alguien que es torturado por estiramiento”, se queja. “Creí que podía lidiar con eso, pero descubrí que no puedo”.

Me guiña un ojo. Su párpado izquierdo se mueve rápidamente. Luce adorable, y no puede evitarlo. Se toma todo muy a pecho – críticas de hace un año, epígrafes de fotos derogatorios, el miedo de que a medida que la banda crece, el se sienta falso. Se obsesiona con todo, desde lo metafísico hasta lo mundano – hasta sueña sobre pruebas de sonido.

En Abingdon School, fuera de Oxford, Thom y Colin estaban en el mismo año escolar. Solían estar en las mismas fiestas – Thom usaba un traje formal, Colin medias de cuerpo entero y una boina. Los amigos de Phil – que eran dos años mayores – solían golpearlos. Colin conoció a Ed en una producción escolar de Trial by Jury de Gilbert y Sullivan. Thom quería estar en una banda desde que se aburrió de los Lego, y por eso reunió gente para tocar de todo, desde ska hasta country.

Ensayaban los viernes por la noche, y por eso se bautizaron On a Friday. El hermano menor de Colin, Jonny (tenía catorce y tocaba la viola en Thames Valley Youth Orchestra) merodeaba en los ensayos hasta que lo dejaron unirse. Estaba haciendo el primer semestre de universidad cuando la banda – que sobrevivió a un cambio de nombre y a una existencia limitada a las vacaciones de verano – fue contratada. Tuvo que abandonar, pero se lleva sus libros a las giras. Todavía se siente extraño tocando para chicos grandes. Pero es al que las chicas de catorce años le dicen que lo aman.

En Leuven, Bélgica, Radiohead toca en el Marktrock Festival, un evento donde el principal es alguien como Willy DeVille. En la cocina de un hotel venido abajo, que es usada como camarín, Ed le dicta el setlist a Jonny jugando al dígalo con mímica. “Primera palabra”, dice Jonny obedientemente, “suena como…” . Mira fijo a Ed que se mueve con ritmo. “¿Groove? Prove Yourself”.

El escenario está levantado en un extremo de una plaza local, y la gente se asoma por las ventanas de los edificios cercanos para ver. En vivo, Radiohead tiene el poder que le falta en el álbum, y los adolescentes belgas borrachos (en el lugar desde las 2pm) gritan en agradecimiento.

Mientras camina de vuelta al hotel, Ed ve una tienda de elementos de cocina. “¡Podría gastarme una fortuna aquí!” exclama, mientras mira a las sartenes de cobre. “Mi mamá me compró un hervidor para pescado para Navidad, y eso fue lo mejor que me pasó”.

Hay algo encantadoramente desafortunado sobre Radiohead. El mundo está a sus pies, pero se tropiezan como si nadie se los hubiera mencionado. Es la última noche del festival, y hay una atmósfera de fiesta en las calles. Como si fuera instinto, Radiohead toma la calle que se aleja de los cafés e iglesias góticas y se dirige a un extraño pub inglés con unos cuantos locales desanimados. Huele mal, por lo que nos quedamos afuera, en una mesa junto a un desagüe y apoyados en los paragolpes de los autos estacionados. “Esto es completamente Radiohead”, dice Thom. “Somos una mierda”. Distantes, los buenos tiempos rugen por lo bajo.

Publicado por Details, en Noviembre de 1993.
Texto original por Caren Myers.

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